Catherine llevaba un vestido azul oscuro con unos pendientes de plata y un broche de brillantes. Estrenó guantes. Toda dama que se precie debe llevar guantes al teatro. Y los anteojos. No sé que había sido de los de mi madre. Pues a mi padre no le gustaba tocar el tema. Habíamos invitado a los Wellinton a nuestro palco privado. El hijo mayor de estos había sido mi mejor amigo durante los años anteriores de mi viaje a Nueva York y por tanto era a la única familia a la que quería invitar.
Antes de salir vi que había un hombre en el hall de mi casa. Era Eustace Aistaire, hijo mediano de los Aistaire, una de las familias más ricas de la ciudad. Era soltero que yo supiese, y por lo que había oído, bastante atractivo. Ya lo había visto antes, en mi boda y en otros actos anteriores a mi viaje. No era de mi agrado. Era bastante serio y callado, pero tenía a todas las mujeres que quería. No quise bajar y verle. No sabía que hacía allí. Desde luego iba vestido elegantemente y llevaba algo en las manos. Cuando vi que Margaret se acercó a él. Este, le dio algo y se marcharon. No lo podía creer, Margaret, mi Margaret estaba con otro hombre. Además no era cualquier hombre, era Eustace Aistaire.
Llegamos al teatro y vi que en el palco de los Aistaire estaban Eustace, su hermana Diana y Margaret. Que elegante iba aquella noche. Si no la conociese diría que era una princesa, o incluso una reina. Un vestido rojo con unos guantes que yo mismo le había comprado, unos pendientes de oro blanco y un collar de diamantes. Y los anteojos… ¡eran los de mi madre! ¡Mi padre se los había dado a ella! Me vio, me había visto, y lo peor se había dado cuenta de que yo la estaba mirando. Aparté la mirada. Minutos más tarde llegó una nota.
Ven a mi puerta antes del intermedio. MM.
Tenía que ir. Me debía una explicación y eso es lo que le iba ha exigir. Le había confesado mis sentimientos y ahora ella estaba con otro hombre dejandose cortejar. Me moría de celos. Le dije a Catherine que debía ir al excusado y salí.
-Te vi bastante molesto, y por eso pensé que querías verme.
Sus ojos. Eran perfectos, de color indescriptible con palabras, con mirada profunda. Me dejó sin palabras con solo mirarme. Ya no pude reclamarle nada. No pude ni siquiera articular palabra. Mis rodillas temblaron al compás de mi corazón desbocado.
-Bueno pues si no tienes nada que decirme vuelvo con Eustace, no quiero que piense que me aburre.- Su tono era desafiante, pero tan atractivo como si me estuviese diciendo que me quería.
- No…- Por fin dije algo, no me salía nada.- Yo… - pero ¿por qué balbuceaba? ¡Si había estado con ella mil veces! – Te quiero.- Lo dije en un susurro. Despacio, triste, pero sincero.
Me acerqué y la besé. No se restitió a mi beso. Pareció gustarle. Al terminar ella volvió al palco y yo, triste, con la cabeza baja, la vi alejarse y volví al mío.
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