Él me susurró al oído que cogiese dos copas y le siguiese, que me tenía una sorpresa. Cogió una botella de champán y me dio la mano. Subimos las escaleras y se paró frente a la puerta. Me miró.
-¿Quieres?
- Sí.
Entramos a la habitación y cerró la puerta. Supongo que será fácil imaginar qué vino después y he de decir que sí, ocurrió. Lo que no es fácil de imaginar es cómo me sentía yo. Tenía miedo. Y vergüenza. Era mi primera vez y no podía creerme que fuera a pasar en un hotel con un hombre que no era mi marido. Me dijo que no tuviese miedo, que me quería y que no tenía nada de que preocuparme. Decía mi nombre. Muchas veces. “Margaret, Margie, M., Margaret”
Cuando todo acabó me fui a mi casa. Esperaba que mis padres me riñesen, o que, por lo menos, me llamasen la atención, pero no me dijeron nada. Ni una pregunta, ni un reproche, nada. Mi padre me dio un beso en la frente y me dijo que ya no era una niña, que ya no era su niña. Bajó la mirada y se fue a dormir.
Por la tarde fui a pasear con Alfonso. Nos sentamos en un banco en Central Park y me dijo que había pasado algo horrible y que teníamos que irnos. Los dos. Cuando me lo propuso mi corazón dio un vuelco y comenzó a latir tan fuerte que pensaba que se me iba a salir del pecho. Obviamente le dije que sí, que mañana mismo nos iríamos si hacía falta. Él contestó que no, que tenía que ser esa noche y que no podía decírselo a nadie. Acepté sin pensármelo dos veces y me fui corriendo a mi casa.
Llegó la noche y con ella mi partida. Esperé a que todos durmieran y salí sin hacer ruido por la puerta trasera. Llegué al lugar acordado y estuve esperando. Esperé durante horas sentada en medio de Central Park. Las primeras luces del día ya eran visibles. Entonces un hombre vino y me dio una nota:
“Lo siento, querida. No pensaba llegar a esto y por eso te propuse que te vinieses, para que me rechazases, porque no puedo estar contigo. No te quiero y no te he querido nunca. Has sido solo un juego para mí. Me lo he pasado muy bien pero ha llegado el momento de terminar. Ha sido un placer.
Alfonso.”
Pude oír perfectamente como mi corazón se rompía. Una lágrima cayó por mi mejilla. Entonces cerré el puño y rompí la nota en mil pedazos. Y me prometí a mí misma que nunca volvería a pasarme eso. Que ese día la Margaret inocente, infantil, enamoradiza, ingenua y tonta había muerto para siempre y que había nacido una nueva Margaret de la que nunca nadie se burlaría jamás.
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