Era nuestra noche de bodas y la llevé en brazos hasta la cama. La miré a los ojos. Mis ojos y los suyos estaban ensimismados mirándose. Pasé mi dedo por sus labios y la besé como si fuera la primera vez. Le retiré el pelo de la frente y seguí besándola. La levanté y deshice el lazo del vestido. Bajé y deslicé mis labios por su cuello. Margaret me desabrochó la camisa y me la quitó. Yo bajé su vestido y lo tiré al suelo. Su moño comenzó a deshacerse bajo mis dedos. Su piel era mejor y más suave que la mejor seda del mundo. Acaricié cada rincón de su cuerpo, cada lunar, cada peca, cada pliegue… Ella arañaba mi espalda. Había fuego en su interior. La volví a mirar a los ojos. Me tumbé y se recostó sobre mi pecho. Me abrazó y cerró los ojos. Estaba rendida y se durmió.
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