Ella me cogió la mano y me llevó a la zona de los camarotes. Tenía puesto un vestido granate. También llevaba unos pendientes de rubíes que hacían juego con el collar que se había puesto aquella noche. No se oía nada, tan solo los tacones de mi preciosa acompañante y mis zapatos. Ahora, cuando pienso que cualquiera nos hubiese podido ver de la mano y coqueteando por los pasillos del barco, me doy cuenta de la locura que estaba haciendo, pero, entonces, era feliz. Cuando llegamos a una puerta blanca, se paró. Sacó una llave del bolsito que llevaba y me tapó los ojos. Me repetía una y otra vez que no mirase, que era una sorpresa. Pude oír como se abría la puerta y di unos pasos hacia delante. Me quitó las manos de los ojos y pude verlo todo. Era un camarote pequeño. Había una cama muy grande con un dosel blanco. Al lado pude ver un armario lleno de vestidos, a la derecha, el tocador. Allí había un perfume, un espejo de plata, un cepillo… Estaba todo lleno de velas aromáticas. A los pies de la cama había una botella de champán con dos copas. Desde la puerta salía un camino hecho con pétalos de rosas hasta la cama. Parecía sacado de un sueño. Miré a mi alrededor. Me había quedado sin habla. Todo estaba tan perfecto. Sirvió las copas y brindamos. Cerró la puerta y se acercó a mí. Comenzó a besarme. Estaba pasando y yo no quería parar, ni ella tampoco.
-Te quiero, Benjamin Taylor,- me dijo mientras me desabrochaba los botones de la camisa.- desde siempre y para siempre.
Fue lo más maravilloso que me había pasado en mi vida. Su pelo, sus labios, su piel, su mirada, su sonrisa…
No hay comentarios:
Publicar un comentario