Dadle a seguir, no es obligatorio, pero motiva

Si escribo aquí es para desahogarme, no para después que la gente me pregunte y tenga de hablar de ello!

lunes, 5 de septiembre de 2011

La echo de menos...

Llevaba desde aquel día buscando el momento para hablar con mi amada, pero nunca lograba quedarme a solas con ella. Hasta que por fin durante el crepúsculo de un día de primavera la vi paseando por el jardín. Su belleza me deslumbraba y su perfume me hipnotizaba. El brillo de su mirada clavado en mis ojos me desarmó. No podía estar así. La necesitaba. Sus labios, rojos, como las amapolas y su piel, pálida como la nieve. No me salían las palabras. Tenía tanto que decirle, tanto que preguntarle. Mi cabeza sabía exactamente lo que había que hacer, mas mi corazón no me dejó. Corrí hacia Margaret y la besé. Fue el momento más mágico de toda mi vida. Querría volver a ese momento y capturarlo. Si mi vida hubiese acabado con ese beso todo habría sido perfecto. No pude enfadarme y decirle que teníamos que olvidar todo lo sucedido. No después de aquello. Nos fuimos al refugio que yo tenía cuando era pequeño. Allí tan solo había un camastro. Pero también era un pajar, porque aunque yo me escondiese allí de pequeño y dijese que era mi casa, era el pajar donde se guardaba la comida de los caballos. Pero me daba igual, nada ni nadie me importaba. Estábamos juntos de nuevo. No era lo mismo que con Catherine. Mi corazón funcionaba por Margaret, y sin ella no sabía vivir. Su pelo, su piel, sus manos… era tan especial. No hizo falta que hablásemos. Nuestras miradas lo decían todo.
Me desperté y la miré. Llevábamos toda la noche juntos, sobre una manta. Mi amada abrió los ojos y me dio un beso en la cara. Ella reía, yo suspiraba.  Acariciaba sus suaves piernas mientras besaba su boca. Le dije que la había echado mucho de menos. Y ella contestaba que me necesitaba y que no podía vivir sin esos momentos. La volví a besar. En ese preciso instante escuché un crujido y levanté la cabeza. Margaret hizo lo mismo. No podía estar pasándome eso. Allí, en la puerta, de pie y mirando horrorizada la escena, estaba Catherine, mi esposa. En cuanto se dio cuenta de que la habíamos visto salió corriendo. Me vestí lo más rápido que pude y salí tras ella. La agarré del brazo y le dije que lo sentía, pero que teníamos que hablar, así que nos fuimos al mirador.

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