Dadle a seguir, no es obligatorio, pero motiva

Si escribo aquí es para desahogarme, no para después que la gente me pregunte y tenga de hablar de ello!

domingo, 2 de octubre de 2011

Una pareja española

Tras la cena, yo, siguiendo con el plan me ausenté unos minutos. Los justos para que Margaret citase a Alfonso en una habitación alejada de la gente. Lo que él no sabía es que yo iba a estar en el salón de al lado escuchándolo todo.
Fui tras ellos y me escondí detrás de la puerta, aunque esta estaba lo suficientemente abierta como para que yo pudiese verlo todo. Allí estaban, tomándose una copa sin dirigirse la palabra. Noté el nerviosismo de Margaret y la felicidad de él.
- Bueno, venga, ya vale, ¿qué quieres?- preguntó él sentado en los pies de la cama.
- ¿No te lo imaginas?- contestó en voz baja mientras se quitaba un guante.
- Pensaba que me odiabas.- dijo él quitándose la chaqueta.
- Si quieres, puedo seguir odiándote.- siguió diciendo Margaret cuando se aproximaba a su antiguo amante.
- Si tu manera de odiarme es esta, sí.- le contestó mientras acariciaba su cuello.
Ella le besó y le tiró a la cama. Se besaban. Él tocaba sus piernas, su espalda, su rostro… Deshizo su moño y entremezclo sus manos con su pelo. Ella desabrochaba los botones de su camisa. Alfonso le quitó el vestido sin complicaciones y la giró. Se dieron la vuelta. Ahora era ella quién entremezclaba los dedos es su pelo castaño. Respiraban fuerte. Él comenzó a besarle el cuello.
- Dímelo.
- ¿Él qué?- creí entenderle a él.
- Que me deseas. ¡Dilo!- exigió ella.
- ¿Por qué? ¿Es que tu marido no te lo dice?
- Al cuerno mi marido, te deseo, llevo esperándote desde aquel día. Dilo.
- Te deseo. Te deseo tanto como aquel día. O más.- le contestó y sonrió.
Yo, entre tanto, estaba muriendo de celos detrás de esa puerta. Después de oír aquello último decidí que lo mejor sería irme. Cuando iba a bajar las escaleras, vi a una mujer que parecía buscar a alguien.
- Disculpe, aquí no puede estar, mis hijos están durmiendo y no quiero que se despierten.
- Lo siento mucho, pero es que no encuentro a mi marido.- me dijo con un inglés bastante malo.- ¿Usted lo ha visto?
- Pues es que, si le soy sincero, no sé quién es.
- Que descortesía la mía. Lo siento, soy Eugenia López de Alvarado y mi marido es Alfonso López de Alvarado, claro está.
Me quedé pálido y no supe qué contestarle. Me giré, inconscientemente, para mirar si la puerta de la habitación donde estaban su esposo y mi esposa estaba cerrada. No lo estaba. Por suerte, y gracias a haber pasado mucho tiempo con Margaret, se me ocurrió una gran idea.
- Pues no le he visto, pero, es un hombre bastante estúpido si la deja sola. Venga, yo le acompañaré en su búsqueda.
- Vaya, muchas gracias, no sabía que los hombres ingleses fuesen tan galantes.
La dama tenía los ojos marrones y una espléndida melena castaña. Sus tirabuzones caían sobre los hombros. Era morena de piel. Poseía una belleza bastante especial. Se notaba su origen español por el acento y por su manera de ser. Su mirada era radiante, artística, pero, a la vez, parecía como si algo apagase esa gran luz que desprendía. Su sonrisa me transmitía tranquilidad. 
La llevé a la terraza. Quizá solo quisiese hacer tiempo, pero, al igual que Margaret tenía un plan para vengarse de ese hombre, a mí se me acababa de ocurrir otro.
- Entonces, usted es el anfitrión, ¿qué tal está su mujer? He oído que son ustedes muy felices, me alegro de que alguien pueda ser feliz.- comenzó a decir.
- Sí, lo soy. Bueno, soy lo feliz que se puede ser cuando te obligan a casarte con alguien a quién apenas conoces. ¿Y usted?
- Lo mismo le digo. Además, noto que Alfonso no piensa nunca en mí, es como si un fantasma del pasado no le dejara ser feliz. 
- Le sonará egoísta, pero me alegro de que no sean felices.
- Me suena igual de egoísta que decir que yo también me alegro de que el envidiable matrimonio  de los condes de Hyde sea una farsa.- se acercó a  mi boca y esperó a que yo diese el paso y la besara.
- Entonces le suena muy egoísta.- y la besé.
Cuando acabó el beso ella rió y se fue corriendo. Yo me quedé allí mirando a las estrellas. Miré a la luna y me di cuenta de lo que acababa de hacer. ¡Había besado a otra mujer! ¡Y en público! ¡Cualquiera podría habernos visto! Me quedé toda la noche allí reflexionando sobre lo que debería hacer y lo que no. Cuando pensé en mi plan jamás me imaginé que tendría semejante cargo de conciencia, ni que la pobre Eugenia me daría pena. 
Pasaron varias horas y supuse que ya se habrían ido todos. Para asegurarme, bajé y vi que, efectivamente, no había nadie. Solo pude ver una luz en el salón del té. Fui hacia allá y me encontré a mi esposa con la mirada perdida bebiendo una copa. Toqué la puerta y me miró con una mirada de decepción. Lo peor me vino a la mente. Ella seguía queriendo a Alfonso. Me entró pánico solo de pensarlo y me serví una copa igual que la suya. Tomé asiento y la miré.
- Todo iba bien. Iba muy bien. Iba perfectamente. - Musitó.-  Pero entonces se estropeó. Todo se estropeó. Desapareció. Se fue, se esfumó. ¡Desapareció la única posibilidad que tenía de acabar con ese idiota!- gritó.- ¿Y sabes por culpa de quién? ¡Por tu culpa! ¡Por culpa de este ridículo amor que siento!
- ¿Qué?
- ¡Lo que oyes! ¡¿Se puede saber qué hacías besando en la terraza de enfrente de la habitación a esa boba de Eugenia?!
- O sea, ¿que tú puedes estar celosa porque yo bese a una mujer para ayudarte a destruir a otro hombre y yo no puedo estar celoso porque te acuestes con tu primer amor?
-¿Acostarme con él? ¿Pero qué tonterías estás diciendo?
- “Dilo. ¡Di que me deseas! ¡Al cuerno mi marido! Te deseo y quiero que me digas que tú también” y él dice “te deseo, te deseo demasiado, más que la primera vez”, ¿llamas a eso tontería?
- ¿Y tú crees que las copas que había allí eran simples copas? No puede. Aunque me hubiese deseado con toda su alma no hubiese podido acostarse conmigo. Pero en cambio Eugenia sí que hubiese podido, ¿verdad?
- Tú sabías que él estaba casado. ¿Por qué no me lo dijiste?
- ¡Porque me horrorizaba pensar que hicieses lo que has hecho!
Yo sonreí. Era fría, cruel, vengativa, pero en el fondo de su corazón me quería. Y me lo estaba demostrando con aquel ataque de celos. Cierto era que tenía razón. La miré a los ojos y reí.
- ¿Y ahora de qué te ríes?
- De que no eres ni la mitad de dura de lo que pareces. Eres delicada y dulce. Y celosa. ¿Pero sabes que es lo mejor? Que ese corazón acorazado que tienes ahí me pertenece. Anda, olvídalo, seguro que se te ocurre algo para aplastarle más.- me levanté y la besé.
- Estúpido.
- ¿Esta copa lleva algo? Porque ahora mismo lo único que quiero es estar contigo y no quiero que nada ni nadie me lo impida.
Sí, es muy larga, pero no quería cortarlo.

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