Dadle a seguir, no es obligatorio, pero motiva

Si escribo aquí es para desahogarme, no para después que la gente me pregunte y tenga de hablar de ello!

jueves, 8 de diciembre de 2011

Aunque él no quisiese, cada día desde que se marchó había pensado en ella. En cada recodo del cielo veía su mirada. En cada perla, su sonrisa. En cada rosa, su rostro. Y aunque intentase ocultar el dolor no podía. Se repetía a sí mismo que ya había tenido mucha suerte, que era imposible encontrar el amor, y que por lo menos lo había disfrutado un tiempo. Y estaba avergonzado. Avergonzado de lo mal que se sentía. Avergonzado porque alguien era más importante para él que su propia vida.  Avergonzado porque ahora que la había encontrado no sabía si iba a volver a ser para él o tan solo el destino le había regalado su mirada una vez más.
Ella tenía miedo. Temblaba de la emoción al ver a Benjamin de nuevo. Pero al fin y al cabo no sabía qué había sido de su vida. Aquello era Londres. La alta sociedad de Londres. Y eso significaba bodas contratadas, amor de mentira y personas sin escrúpulos. Sus niños. Jamás, ni un solo día de su insignificante existencia había dejado de pensar en ellos. Elizabeth, Harry y Edward. Sus tres soles. Con tan solo imaginarse a otra mujer abrazándolos le entraban ganas de llorar. Ver a Ben de nuevo había hecho que por fin su corazón latiese de nuevo, que el dolor desapareciera.  Aunque una parte de su cerebro le decía que no se ilusionase, la posibilidad de que pudiese ser feliz siempre ganaba la batalla. El dolor, las lágrimas, el frío, la falta de seguridad, de felicidad, la espina clavada, los remordimientos, la pobreza, los desalmados que se aprovechan de las mujeres, los espejos sin piedad que nos muestran la realidad… Tanto sufrimiento hacía que su corazón se agarrase a cualquier clavo ardiente que radiase algo de felicidad. Quemarse daba igual. Cuando se ha visto todo lo que ella ha visto, cuando se ha sufrido todo lo que ella ha sufrido, ya nada duele realmente. Pasó de la cima al subsuelo en tan solo una semana. Las burlas ya no le afectan. Las patadas ya no le duelen. Los puñetazos se convierten en caricias y los insultos en palabras de afecto. Cuando esa noche un hombre se acercó a ella si insultarla pensó que ese hombre se equivocaba de mujer. Todo ese barrio la conocía y nadie la respetaba. La peor de las personas la miraba con desprecio. Su vida dejó de ser vida en el momento en el que salió por la puerta de la que era su casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario